lunes, 7 de abril de 2008

TRISTAN UND ISOLDE


La famosa ópera de Wagner tiene un segundo acto lleno de una sensualidad increíble. Ambos protagonistas, dispuestos a morir por no poder amarse, han tomado (en el primer acto) y  por error, el filtro del amor en vez del de la muerte.
Es de noche, una cálida noche de verano. El rey Marke y su séquito han ido a cazar y sus cornos de caza que se van alejando, dejan paso libre a los apasionados protagonistas. Una antorcha mantiene aún un resto de luz, (el elemento hostil) y cuando ésta se apague, la noche amiga dominará a los amantes. (¡Apaga ahora la luz! ¡Extingue el medroso resplandor! ¡Deja que llegue mi amado!... así fuese la luz de mi vida, no temería extinguirla!
Llega Tristán y entre abrazos sienten el éxtasis del amor: ¡Oh, delicias del alma! ¡Oh, dulce, augusto, invencible, inefable y celestial placer! ¡Sin igual! ¡Sin límites! ¡Sobrehumano! ¡Eterno! ¡Voluptuosa embriaguez!  ¡Rapto del mundo a las celestiales alturas! 
Dice Kurt Pahlen :"Aquí todo análisis del texto como de la música carece de sentido. Las palabras, las melodías, las armonías, los ritmos no se pueden escuchar, considerar, mensurar aislados, ni deben hacerse. Aquí uno es arrastrado, irresistiblemente sacado de la rutina, de un mundo de la razón que trata de ponderar, medir, evaluar todo. Aquí tampoco hay un entender, sólo un compartir el sentimiento, un diluirse completamente en este mundo maravilloso de los sueños, de las delicias, de los éxtasis que ya no son de este mundo..."
Dice Tristán: Así como tú has apagado la antorcha, ¡si yo pudiese extinguir el resplandor del insolente día! ¿Habrá alguna angustia o algún dolor que no despierte con su fulgor?
Conversan poéticamente sobre el día y la noche. La noche que es la muerte, pero que, a su vez es el amor. Por eso odian al día y sus mentiras de gloria y honor, riqueza y poderío que, cual vano polvo iluminado por el sol, se disipan ante ellos en un instante y sólo queda un único deseo: el perdurable anhelo de la sagrada noche, donde cual eterna y única verdad sonríe el amoroso deleite...
Luego juegan con la "y" (und) que une a Tristán con Isolda "La dulce sílaba "y" que nos une cual lazo de amor". Y vuelven a jugar con la muerte y el amor "Moriríamos así para estar juntos. Ligados eternamente, sin fin. Sin despertar. Sin angustias. Sin nombres. Aprisionados por el amor, entregados el uno al otro, ¡para sólo vivir por el amor!" ..."¡Que eternamente dure para nosotros la noche! ¡Oh noche eterna, dulce noche de sublime arrobamiento! ¡Noche de amor! ..."Sin separación; íntima soledad en los eternos lares de los espacios inconmensurables"  Liebesnacht,   Liebestod  (Noche de amor,  muerte de amor).

Saltando a la cocina, había pensado hacer un plato de pescado. En Cornualles se debe comer un pescado fresco buenísimo. Sin muchos aspavientos de nueva cocina. Simplemente con sabor a pescado. Pero buscando he encontrado una receta típica y muy antigua que llaman "cornish pasty" y que son unas empanadillas gigantes, hechas con una pasta (tipo quebrada), rellena de un guiso de carne de vaca, cebolla y patata. Bien aderezadas de especias, sobretodo pimienta y hechas al horno. Sin más. Deben ser buenísimas a fuer del tiempo que permanecen en los recetarios de la zona.
¡Qué aproveche! (Sobre todo la música..)

viernes, 4 de abril de 2008

SALOME

¡Oigan ustedes-vosotros! Debo de confesar que a mí también hay cosas que no me gustan a la hora de comer. Pocas. Pero concretamente una se me ha resistido de siempre: los sesitos. 
En mi tierra, La Rioja, y por supuesto en tantos sitios, se come mucha "casquería", o despojos, o vísceras. En realidad, según la R.A.E. de la lengua española, casquería es la tienda del casquero, y casquero es aquel que vende vísceras y otras partes comestibles de la res no consideradas carne. Pero por uso, al menos aquí, llamamos casquería a este tipo de productos. Pues bien un plato típico riojano es los sesos rebozados, de ternera o de corderito, o los sesos con tomate y por supuesto las cabecillas de cordero o cabrito asadas.
Unos sesos rebozados, bien rebozados, casi dorados, con la puntilla del reboce casi espumosa tienen una pinta gloriosa, pero luego en la boca no puedo con su sabor. Lo he intentado varias veces y siempre acabo corriendo al baño para escupir lo que tengo en la boca. Me pasa igual con las cabecillas de cordero o cabrito, su aspecto, no es que me repugne, sino todo lo contrario, pero el sabor de los sesos es superior a mis tragaderas. Son muy sencillas de preparar, únicamente hay que abrirlas por la mitad e introducirlas en un horno fuerte en una bandeja, y cuando estén doradas se sirven con la sal aparte para que cada comensal se añada la que quiera.
En esta entrada del blog, el dictado ocurre al revés que en las demás. Normalmente el comentario de la ópera da pie al comentario gastronómico / culinario, pero esta vez me ha salido al revés. Lo que quería es hablar de una magnífica obra de Richard Strauss y su relación gastronómica me parece algo irreverente y casi escandalosa, o repugnante... pero estamos hablando de SALOME, primeramente obra de teatro de Oscar Wilde y después ópera de Strauss, con un libreto que se ajusta casi palabra por palabra con la obra de Wilde.
La obra fue prohibida en Inglaterra y considerada como escandalosa en el mismo París, donde la misma Sarah Berhardt no se atrevió a escenificar a la princesa.
En Alemania sí se representó y con enorme éxito y fue en Berlín, en 1902, donde Richard Strauss la vio. La ópera se estrenó en Dresde tras numerosísimos problemas con los cantantes, pero el éxito fue tal que los asistentes, enardecidos, entre lanzamiento de sombreros obligaron a saludar a los cantantes ¡treinta y ocho veces! a telón bajado. Pero aún después, en Londres, Lord Chamberlain obligó a revisar el texto para permitir su estreno. Al cantarse en alemán, los cantantes dijeron el texto original burlando la hipocresía británica. En Nueva York, el corresposal del Tribune la describió como "obra pestífera, repugnante, bestial y asquerosa" y las protestas del público hicieron que las autoridades prohibieran la obra.
Lo habré oído mil veces, pero este pasaje me sigue emocionando hasta las lágrimas. A Salomé le han entregado la cabeza de Yokanaán y le canta:
...¡Ah! ¡No quisiste dejarme besar tu boca, Yokanaán!
Pues bien ¡ahora voy a besártela!
Quiero morderla, con mis dientes, como se muerde una fruta madura.
Sí, ahora quiero besar tu boca, Yokanaán. Te lo dije. ¿No es verdad que te lo dije?
¡Ah! ¡Ah! Ahora quiero besarla. 
...
Ya has visto a tu Dios, Yokanaán. Pero a mí, a mí, nunca me viste.
¡Si me hubieras visto me hubieras amado!
Tengo sed de tu belleza. Tengo hambre de tu cuerpo.
Ni el vino ni las manzanas podrán apaciguar mi deseo.
Ni los ríos, ni los grandes mares podrán extinguir esta pasión abrasadora.
¡Oh! ¿Por qué no me miraste? Si me hubieras mirado me habrías amado. 
Bien lo sé, me habrías amado. 
Y el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte.
...
¡Ah!He besado tu boca, Yokanaán.
¡Ah! He besado tu boca. Había un sabor amargo en tus labios.
¿Era el sabor de la sangre?
¡No! Tal vez no era sino el sabor del amor.
Dicen que el amor tiene un sabor amargo. Mas ¿Qué importa? ¿Qué importa?
He besado tu boca, Yokanaán. Ich habe ihn geküsst, deinen Mund.